Galicismos

Curiosos placeres

Posted in Uncategorized by Galicismos on 22 janvier 2021

Cuando leemos un escrito, estamos ansiosos por conocer el mensaje. Si la comprensión no es fácil, puede que nos preguntemos ¿qué elementos nos faltan para entender? Eso nos puede llevar a pensar en las dificultades que creamos a quien lee cualquier mensaje de nuestra parte.

Si estos obstáculos son intencionales, el autor tendrá muy sus razones. En caso contrario, quien escribe debe buscar sus fallas para ajustar sus palabras.

Aunque finalmente ningún texto pueda ser perfecto, la búsqueda del vocablo adecuado, el seguimientos de frases y la construcción de efectos son esas pequeñas, pero laboriosas delicias de querer escribir.

A veces por la noche

Posted in Uncategorized by Galicismos on 19 janvier 2021

¿Qué es exactamente aquello que nos tiene en velo a altas horas de la noche? Pareciera que me encuentro al acecho, esperando… algo – una idea para escribirla, la solución de un enigma pendiente, recordar el nombre de un colega- la escritura, entre tanto, me serena.

El silencio de la noche es un excelente lugar para dormir, leer y escribir. Lástima que no se pueden hacer las tres simultáneamente.

Me pregunto si recordar lo que sucedió en el transcurso del día me ayudaría a adivinar qué estoy esperando. Es una espera, sobra decir, que no llega al extremo de la de esos dos personajes de Samuel Beckett.

Lo mucho o poco que haya sucedido hoy me dejó extenuado, al borde de una jaqueca. Cuando eso sucede, me reconforta concentrarme en ciertos tipos de letras y dejar que el mundo siga su desenfrenada marcha, mientras yo absorto, me dedico a algo en especial.

Posiblemente eso era aquello que estaba esperando. Ahora estoy listo para ir a dormir… leer y escribir.

Un café particular

Posted in Uncategorized by Galicismos on 18 janvier 2021

En la mañana, aún medio dormido, abro el refrigerador y tomo torpemente una bolsa hermética. Procuro siempre dejarla en el mismo lugar para facilitar esa difícil tarea. Luego, lleno con agua del grifo el recipiente de la cafetera y pongo sobre el filtro unas cucharadas de café de aquella bolsa.

Lo mejor es no presionar ni al agua, ni al fuego, ni, sobretodo, al café. No queda más que esperar. Pasan a mi parecer alrededor de cinco minutos. Alguna superstición o cosa similar me impide cronometrar ese tiempo. ¡De pronto comienza el borboteo de la ebullición! De ahí solo queda aguardar un poco más a que toda el agua termine su recorrido impregnándose a su paso del aroma del polvo de ese grano tostado. Parece una eternidad, pero finalmente mi taza está llena y yo satisfecho de apreciar ese olor tan peculiar.

Hoy, mi café preferido es el etíope. Desde que lo probé, y no hace mucho de ello, tengo la impresión de viajar. Sería interesante y hasta comprehensible que me llevara a su región de origen o a algún otro lugar en África. Por extraño que pueda parecer, mi taza de café humeante me transporta a la casa de S. y R. en Nueva York. Lo sé, es extraño. Quizás sin saberlo, todas las mañanas del tiempo que pasé con ellos bebí en su cocina el mismo café etíope y como el olfato tiene su propio camino en el cerebro, pues de ahí la conexión. Aunque, quizás no sea así. En fin, sigo tomando mi café.

Jugando a ser francés

Posted in francés, Francia, libros, literatura, París by Galicismos on 6 janvier 2021

Hace muchos años, el destino, que es eso que nos pasa sin preguntarnos, me llevó al sur de Francia en lugar de haberme dejado en París. Ahora creo que el destino no se equivocó. Vivir en pequeñas ciudades llenas de franceses lejos de la cosmopolita capital me permitió entablar una conversación con mis expectativas. Dicho sea de paso, también me permitió leer mucho.

La vida tranquila de una ciudad media me daba la oportunidad de reflexionar sobre las diferencias del país de acogida. Al principio la lista era larga y luego dejó de serlo, no porque se acortara sino porque terminé olvidándola.

Me hospedé un tiempo en una residencia estudiantil regida por curas. El lugar me gustaba, sobre todo por su máquina de café que me devolvía mis monedas cada vez que pedía un chocolate caliente.

Una tarde decidí jugar a ser francés. Me compré una botella de tinto, una baguette y un buen queso. Tomé un cuchillo y me instalé con mi vaso de vino en el jardín degustando mi elección. También llevé conmigo « Le Petit Prince ».

En ese entonces mi francés era incipiente, pero eso no me impidió tratar de entender la historia. A la mitad del segundo vaso y con el vino en la cabeza, tuve que dejar al Principito. ¿Por qué no resultó como esperaba mi idea de mimetismo?

Antes de regresar a casa después de mi estadía en Francia, me compré unos libros de segunda mano, unos de Camus, otros de Sartre. Quería seguir jugando a ser francés sólo a través de los libros y ya sin quesos ni vinos.

Seguía sin entender todo lo que leía y aún así me empeñé en conseguir « La condition humaine » de Malreaux. Luego me hice de un libro de Kundera cuya traducción al francés él mismo había supervisado.

No estoy seguro si fue por todo esto, pero años y libros después, el destino, sin preguntarme demasiado, me envió de vuelta a Francia, esta vez en las cercanías de París.

El país de acogida de pronto se convirtió en mi país de residencia. Aún hoy en día sigo jugando a ser francés cada vez que leo un libro en dicho idioma, a pesar de que ahora sí lo entienda.

Algunas hojas, ciertos libros

Posted in libros, literatura by Galicismos on 5 janvier 2021

En los ratos de ocio de mi niñez no era raro que asomara la cabeza a una antigua vitrina que fungía como librero. De hecho para mí siempre fue un librero, aunque en casa me explicaron con detalle su uso pasado. En fin, cuando me sentía con el espíritu inquieto iba a ver qué libros teníamos. Y sin ser muchos, algo nuevo solía aparecer.

A veces mis hermanos también se daban cita. Uno de ellos gustaba consultar en especial unos grandes tomos sobre la historia de la vida. Me mostraba las imágenes de dinosaurios en lo que se suponía era su habitat natural. Observábamos durante mucho tiempo esas imágenes, a pesar de que las habíamos visto tantas veces antes. Esos libros tenían un secreto, tenía que ser mi hermano quien los tomara y los hojeara. Su fascinación era contagiosa y por lo tanto sin él el efecto no era el mismo. A mí, en lo particular, me gustaban más las historias y la Historia.

Leí los libros que mis hermanos mayores habían tenido que leer. En ocasiones teníamos dos ejemplares de un mismo libro, como « La Iliada » y « La Odisea ». « Los tres mosqueteros » de Alexandre Dumas fue un caso excepcional, pues pudimos leerlo al mismo tiempo los tres gracias a un tío que me donó un ejemplar con cubierta rígida de color verde y un listón rojo que fungía de marcapáginas.

Algunas obras no tenían esta suerte y sólo contábamos con fotocopias. Así fue como me encontré una tarde con « El mercader de Venecia » de W. Shakespeare. Leer sobre hojas sueltas no era muy cómodo, pero la historia fue captivando mi atención y mi curiosidad se hacía cada vez más grande por saber cómo saldrían los personajes del enredo. Al final ya no fue importante encontrarme con fotocopias sobre las rodillas en lugar de un libro.

Recuerdo haber leído varios libros en las muy accesibles ediciones de Porrúa como « El Zarco » de Ignacio Manuel Altamirano y « Los Miserables » de Víctor Hugo. Una amiga de mi hermano y gran lectora me sugirió buscar otras ediciones porque según ella las versiones de Porrúa podrían ser deficientes. Su comentario sólo logró confundirme. No podía juzgar sobre algo así con mi corta experiencia y sin conocer otras ediciones y sobre todo las obras en su lengua de origen. Lo único que sí podía percibir era que en los libros económicos las letras eran más pequeñas y a veces en dos columnas que dificultaban un poco la lectura. Sin embargo, otras ediciones resultaban onerosas y en mi familia no había grandes lectores que apreciaran este gasto.

Por un tiempo me contenté con los libros de texto y algún libro perdido que caía en mis manos. Más tarde llegaría el acceso a las bibliotecas y los amigos que me prestaban sus libros. Eso facilitó mi acceso a la lectura, pero siempre he guardado en mente el recuerdo de una pequeña biblioteca dentro de una antigua vitrina que solíamos llamar el librero.

Los lugares que visitamos

Posted in libros, literatura by Galicismos on 4 janvier 2021

Se dice a menudo que leer es viajar sin desplazarse. Y cuando emprendemos una nueva lectura nos maravillamos del suceso como si no estuviéramos enterados de nada. Es como el despegue al bordo de un avión o el arranque al viajar en un tren: parece como si siempre fuera la primera vez.

Sin embargo, me pregunto cuáles son en realidad esos destinos al que nos llevan los libros. Con la ayuda del autor y de nuestras vivencias, vamos construyendo esos lugares. Hasta hoy, nadie ha ensuciado con sus pies el Macondo de García Márquez, el Plassans de Émile Zola o, incluso, el París de Ernest Hemingway. Aún así, numerosos lectores juran haber estado ahí e incluso en más sitios.

¿Cómo nos probaríamos a nosotros mismos que ahí estuvimos? ¿Cómo podríamos dejar un índice en esos lugares de ensueño? Y mientras tanto, ¿qué sucede con el lugar en donde nos encontramos leyendo?